RESEÑA DE LA OBRA
DE TEATRO N0 VE LA ROSA
Soy asidua consumidora de teatro. Lectora y público,
y por otro lado, también indagadora de las enseñanzas
de la obra de Miguel Menassa. La adaptación de No ve
la Rosa, obra de este autor, por Txiqui Álvarez, me
parece acertada en toda su dimensión, y la actuación
del propio Txiqui y de Elena Conchello, su partenaire escénica,
cautivante. Es lo mejor que he visto en muchos años,
junto con el Diario de Adán y Eva, texto adaptado de
Marc Twain, donde el gran Miguel Ángel Solá,
uno de los gigantes de la escena argentina y universal, desplegaba
toda su brillantez teatral. Me llamó mucho la atención
que Txiqui nombrara también a Solá como homenaje
al principio de esta obra con la que ayer nos sorprendieron
tan gratamente estos actores.
Y es cierto, Txiqui tiene una maleabilidad corporal sorprendente
que permite emparentarlo más con los actores argentinos
que con los españoles, más contenidos, menos
expresivos y menos duchos en el despliegue corporal. El escenario
sobra, porque lo lleva con él. Es su propio cuerpo.
La voz está bien puesta y el cuerpo va detrás
de las palabras, y dice lo que ellas dicen, acompaña,
no se pelea ni contradice el discurso.
La actuación de Elena está sin duda al nivel.
Cuerpo, voz, y la fuerza de la palabra escrita tan bien escogida
en esa extensa red de combinaciones de almas y deseo que
es el texto de Menassa, No ve la rosa.
Se
nos narra una historia de deseos, no de acontecimientos,
donde se pone en juego el deseo de Josefina, la protagonista,
su deseo de formación como psicoanalista y su deseo
de producirse como escritora. Se nos muestra la relación
con sus maestros, tanto en psicoanálisis como en el
camino de la escritura, nuestra protagonista aparece en escenas
cotidianas del ejercicio de sus ocupaciones: escribiendo,
atendiendo pacientes, pero lo que mejor ha sido captado en
esta obra es la verdadera dimensión del amor, un acto
de amor es dar lo que no se tiene a quien no es, la forma
más pura
del amor es pertenecer a una cadena de formación,
hacer de eslabón para que otros puedan hacer su lugar
en ese campo del saber, llámese poesía o psicoanálisis.
Por eso se plantea en la obra la renuncia al amor carnal
entre Josefina y Evaristo, que no son precisamente dos ascetas,
que tienen relaciones múltiples con otros hombres
y con otras mujeres, pero entre ellos, el amor es a la escritura.
Cada cosa ha de estar en su lugar ¿hay acaso un amor
más
carnal que el amor que hacen entre sí las palabras? ¿hay
acaso un amor más subyugante y a la vez más
liberador que el sometimiento del escritor a la escritura?
Pero todo esto que digo parece muy serio, sí, es una
serie la que requiere la formación, tener mayores
y menores, pertenecer a una cadena, pero eso no implica desterrar
el humor. Me reí y gocé como hace tiempo no
me pasaba, porque pocas veces se participa tan intensamente
del Goce de los actores, que se notaba que se divertían
en escena, que les gustaba lo que hacían, que creían
en el discurso que sostiene la obra. La belleza de las palabras
me emocionaba, también la belleza de los cuerpos,
materia modelable por las palabras. Han captado uno de los
corazones de No ve la Rosa, tiene muchos, muchas obras de
teatro posibles, esta es una, bellísima, por cierto.
Se ha captado el humor, que nos permite escuchar frases imposibles
de otra manera. Con humor se habla del maltrato a la mujer,
con humor se habla de la infidelidad, de la homosexualidad,
del amor, de la poesía,
del psicoanálisis. Embaucadora, desde el principio
hasta el final, hilarante, tierna, delicada y brutal. Imperdible
producción de este siglo veintiúnico. Una llamada
a la construcción, a la producción y a la creación,
una defensa de una ética, en un mundo donde prevalece
la destrucción, la falta de ética y la ausencia
de amor. Una historia de amor, de amor humano, de amor con
Goce y con deseo, de amor con creación, de amor que
rompe la dupla de la pareja convencional (aquella que hace
uno de dos), este amor hace de dos, millones. Dejar de verla
sería imperdonable.
Alejandra Menassa de Lucia