LIBRO
DE INÉS BARRIO – MI VIDA,
LOS CAMINOS
Me hace muy feliz estar hoy aquí entre nosotros,
presentando el libro de poesía “Mi vida, los
caminos” de la Dra. Inés Barrio, colega, amiga,
hermana. Nos acostumbramos a vivir la vida siempre de viaje,
andando y sobre todo recordando, aquel olor, aquellas palabras,
aquel furor por todo lo verdadero, las ansias de poder
con lo imposible, siempre el oleaje marino en nuestra sangre.
Dedicamos
horas enteras a recrear el Verbo, como si alguien hablara
con nosotros. Y en tono profético nos dijimos “el
hombre son palabras”, nos encontramos con una escritura
fuerte donde la autora muestra que sin miserias un hombre
vive atormentado.
Asume el oficio de la poesía para dibujar con la palabra
como si fuera un lápiz fino, cada instante de su
vida.
Con paciencia impone a la inspiración, el latido de
pequeños recuerdos que recorren la memoria. De pronto
la ternura familiar, la infancia son retratados tan íntimamente
que por un momento pareciera que estuviéramos allí,
invitados a vivirlos junto a ella.
Cual si fuera Odiseo partiendo de Ítaca y sin poder
regresar por la furia de los dioses, la autora descubre en
cada páramo, donde todo su ser literario descansa,
el sentido de lo inevitable y está obligada a sumar,
nombres y olvidos.
Perdida en la orilla de la imaginación, construye
la mirada de sí misma con las sobras de la marea
alta.
La ansiedad impresa en la metáfora denota un tiempo
interior agitado.
El deseo es un motor que trastoca la realidad, al impulsar
la escritura a conjugarla con sus ilusiones y sus sueños.
Inés Barrio es una poeta que esculpe con dulzura diferentes
momentos de una vida y con todos sus signos vitales alertas,
ingresa desnuda a las aguas profundas evocadas por su niñez.
Con
audacia enfrenta a la memoria, a la nostalgia, e intenta
volver a la realidad, a la de todos los días, a
la que se niega a salir del encierro y sólo en la
complicidad narrativa deja ver su figura, caminando hacia
el silencio de la escritura.
Con un estilo que se acerca a un estado
de ensoñación,
la realidad interior es trazada por los vaivenes anímicos
del amor, que ha dejado una huella invisible, cual si caminara
del pasado engañoso a un futuro posible.
La enajenación frente a la experiencia del dolor vivido,
se hace presente con un discurso a veces ácido que
intenta escarbar en una profundidad que solo existe por
el esfuerzo de olvidar lo que alguna vez fue una presencia
concreta.
La muerte de su madre le hace decir “nunca tan intemperie
la intemperie”
Corrige los errores al caminar y no vuelve atrás,
surca con alas las horas quietas.
Este libro nos habla del tiempo y su pasaje, no se inquieta
el poeta por verse crecer, su vida son los caminos que
va recorriendo.
La libertad que encontramos en las palabras hace a su escritura
decir “todo está bien como es”. Una
sola palabra le encuentra a todas las palabras y entre
ellas, encuentra los personajes de sus caminos.
Siempre hay horizonte en la poesía, sueños
y nombres y destellos y penas extraviadas en su insistencia,
e inmóviles orillas que de a ratos son la sangre
de sus venas.
Decía
Antonio Porchia “la poesía une,
vincula” y así me siento hoy presentando tu
nuevo libro al que doy la bienvenida entre todos nosotros
con mucha muchísima alegría.
Lucía
Serrano
PRESENTACIÓN
Cuando Inés me pidió que hablara en la presentación
de su libro, usó una frase que me aludía, Quiero
sangre nueva, me dijo. Al leer los poemas entendí que
esa sangre corría por su libro, que acababa de salir
de imprenta. Mi vida, los caminos, tercer poemario de una
serie abierta por De tantos vuelos y seguida por Claveles
españoles. Tres libros, donde la autora nos sumerge
en una pluralidad que no ahorra ni malgasta, sino que toca
lo humano con todo lo que encuentra a su alcance: el barro,
las piedras, el pan, la muerte. Vuelos, claveles, caminos,
usa lo diverso para dar cuenta de algo único e irrepetible:
la vida.
Son tres los apartados que hacen con el tiempo una cronología
propia. Están los comienzos, la infancia sostenida
por miradas. Los otros y un tiempo para sentarse entre palabras
atenta ante el llamar de la calandria y la respuesta del
jilguero. Llegando hasta la máxima ceguera donde
Nadie se ve crecer.
En una ocasión le preguntaron a Borges para qué servía
la poesía, él a su vez replicó: ¿Y
para qué sirve un crepúsculo? La poeta ahora
en su turno dice que el crepúsculo sirve para volver,
como lo hace la luna, como sólo ella con sus fases,
sabe volver desde las sombras. Porque el tiempo no sabe volver,
y aunque no miremos el reloj durante siglos, siempre llega
la hora en que todos los pájaros cobijan su temblor
en el follaje, la hora que elijen los lagartos para tomar
el sol, la hora en que se rompen las crisálidas y
baja la marea. No hay olvido, sólo inequívocas
señales de la ausencia. Un tiempo marcado por amores,
deseos, carne, perfumadas madreselvas.
Porque en la banalidad de la maquinaria hay un punto final,
no es infinito el movimiento y la poesía lo sabe,
por eso viene a decirnos algo de lo desconocido, y sin
develar el misterio afirma: el sol blanquea la ropa, llorar
alivia el alma, para la tos rebelde nada como el jarabe
de cebollas. Amar, amar hasta que duela. Escribir muchas
cartas porque la letra queda.
Una poesía clara y certera hasta el error, el naufragio,
el adiós. Sin buscar explicaciones ni argumentos,
sin más tesis para defender, no hay nada que esperar,
porque esperar es el destino de los desamparados, de la curiosa
simetría de los sueños, de las pausas, lo único
cierto es la desnudez de la vida, de las palabras.
El libro se me propone como un viaje en donde nadie se
queda nunca en ningún sitio y tal vez sea esa su mayor fidelidad
a la poesía, continuar trabajando un deseo a través
de las palabras, nunca sueltas de su salvaje galope. Habrá caídas,
dolor puro de la carne, heridas abiertas cuando nada se puede
entender, cuando se pierde la inocencia de los veinte años.
Y los años, que hábilmente desgajan toda metáfora
hasta el derrumbe. Hasta la belleza del derrumbe. Su escritura
sobrevive sin ninguna placidez, su palabra no se acostumbra
porque acostumbrarse es una casa a oscuras, acostumbrarse
es una palabra irremediable que ojalá nadie aprenda,
nos dice la poeta.
Otro poeta, Gabriel Celaya, definió a la poesía
como un arma cargada de futuro y con ella te apuntaba al
pecho y maldecía a quien no tomaba partido hasta mancharse.
La poeta, en este libro, se mancha gota a gota de humanidad,
no le interesan lo pensado ni lo bello, se arremanga entre
tinieblas para hacer justicia por aquellos que caen rendidos
como pájaros de plomo, se dispone a una fraternidad
con el destino, una humilde cercanía con el hambriento,
con el obrero y su sagrada inocencia, su amor incansable.
En su escritura todos los hombres son palabras, toda la
sangre, poema.
Renata Passolini