“Alguien pidió consejo a Timón sobre  la educación de sus hijos. Haz que les enseñen, dijo éste, aquello que jamás  podrán concebir.” (Goethe)
                    
                    Frente  a un título tan amplio como éste, más que ideas, me surgen  preguntas. Aceptamos la premisa: la literatura  es importante, pero ¿por qué? ¿de qué naturaleza es esa importancia? ¿para  quién es importante? ¿qué relación tiene con la integración y promoción social  de personas con discapacidad? Y, por supuesto, ¿qué es literatura?
                     Vayamos  por partes.
                                          Literatura: derivado del  latino litera, está relacionado con el arte de leer y escribir, y con dos  disciplinas básicas de la cultura grecolatina: la gramática y la retórica.
                                          Leer y escribir son dos  instrumentos con que el hombre ha contado   para comunicarse entre sí, a lo largo de la historia. La literatura es,  básicamente, un acto de comunicación, y como tal, se sustenta sobre tres pilares  básicos: el emisor (escritor), el mensaje (texto) y el receptor (lector). 
                                          Pero esta sencilla  fórmula se complica cuando incluimos el factor de universalidad  espacio-temporal, inherente a la escritura. Ahí, las posibilidades de  comunicación aumentan exponencialmente. 
                                          La escritura traspasa las  fronteras geográficas y políticas. “En cada libro hay un hombre que me habla”,  dice el poeta Miguel Oscar Menassa, por eso, a veces, el poder establecido persigue los textos  cuya lectura podría poner en peligro su permanencia. Recordemos que, en toda revolución,  hubo un poeta poniendo palabras a la pasión del pueblo.
                                          Y, además, la escritura  es lo que perdura en el tiempo, podemos acceder al pensamiento de escritores de  hace 2.000 años y comprobaremos que hoy tienen plena vigencia. 
                                          No sabemos exactamente lo  que ocurrió, sabemos lo que está escrito que ocurrió. La literatura, entonces,  es importante para la humanidad, porque guarda su saber a través del tiempo.
                                          A lo largo de la historia  se ha constatado una dificultad para señalar criterios seguros para definir con  precisión los rasgos caracterizadores de la literariedad. No cualquier escrito  es considerado literario. ¿Qué es, entonces, lo que diferencia la literatura?
                                          No consideramos como  tales los comunicados oficiales, noticias periodísticas, textos científicos,  etc., que tienen una finalidad legislativa, informativa, didáctica, etc., y  responden a un motivo concreto y material.  En  cambio, el cuento, la novela, el teatro o la poesía son considerados  literarios. Veamos qué tienen en común: 
                                          Su temática excede  siempre lo pragmático, lo puntual, y tiende, como hemos dicho, a lo universal,  a lo humano. 
                                          La técnica debe incluir  un proceso creativo. 
                                          Pero hay una  característica esencial para que un texto sea considerado literario, y es que  el resultado, su lectura, produzca satisfacción, goce o placer en el lector. 
                                          Los mecanismos por los  que esto ocurre fueron estudiados por Sigmund Freud, en 1907, en un escrito  titulado “El poeta y los sueños diurnos”, que comienza preguntándose de dónde  extrae el poeta (que califica de personalidad singularísima), sus temas. 
                                          Una puntualización: Freud  utiliza la palabra poeta para denominar a quienes  parecen crear los temas libremente, y no  precisamente los poetas “que más estima la crítica, sino otros más modestos:  los escritores de novelas, cuentos y poesía, los cuales encuentran, sin  embargo, más numerosos y entusiastas lectores.” 
                    "¿No habremos de  buscar ya en el niño las primeras huellas de la actividad poética?", se  pregunta. La actividad favorita y más intensa del niño es el juego. Acaso sea  lícito afirmar que todo niño que juega se conduce como un poeta, creándose un  orden nuevo, grato para él. La antítesis del juego no es la realidad sino la  gravedad. 
                                          El niño juega y no se  avergüenza, no lo oculta; en cambio, el adulto se avergüenza de sus fantasías y  las oculta a los demás, las considera como una cosa íntima y personalísima y,  “en rigor, preferiría confesar sus culpas a comunicar sus fantasías.”
                                          El juego de los niños es  regido por sus deseos, sobre todo por aquel deseo que tanto coadyuva a su  educación, el deseo de ser adulto. Siempre juega a ser mayor, no tiene motivo  para ocultar su deseo. El adulto, en cambio, sabe que de él se espera ya que no  juegue ni fantasee, sino que obre en el mundo real; y además, entre los deseos  que engendran sus fantasías hay algunos que le es preciso ocultar, por eso se  avergüenza de sus fantasías como de algo pueril e ilícito.
                    En  la fantasía se juntan los tres factores temporales que rigen nuestra actividad  representativa: la labor anímica se enlaza a una impresión actual que despierta  uno de los grandes deseos del sujeto, y regresa a un recuerdo donde quedó  insatisfecho ese deseo. Crea una situación para el futuro donde ese deseo se  realiza.
                    “El  pretérito, el presente y el futuro aparecen como engarzados en el hilo del deseo,  que pasa a través de ellos”, dice Freud.
                    El  poeta hace lo mismo que el niño que juega: crea un mundo fantástico y lo toma  muy en serio, esto es, se siente íntimamente ligado a él, aunque sin dejar de  diferenciarlo resueltamente de la realidad. Mucho de lo que, siendo real, no  podría procurar placer ninguno, puede procurarlo como juego de la fantasía, y  muchas emociones penosas en sí mismas pueden convertirse en una fuente de  placer para el auditorio del poeta. Éste es el mecanismo.
                                          Aprendemos a hablar  generalmente en la familia, casi sin darnos cuenta, pero podríamos afirmar que  el primer gran reto, vital, de todo humano es aprender a leer y escribir. Y  solemos creer que ya sabemos hacerlo cuando reconocemos y traducimos los signos  escritos y podemos juntar las letras en un papel, formando palabras y frases  coherentes.
                                          Pero es ahí, cuando  sabemos manejar el instrumento (lectura y escritura), cuando realmente empieza  la aventura. 
                     Es corriente de opinión en nuestros días, la idea de que el  escritor nace escritor, que en su información genética figura la capacidad o  habilidad para el ejercicio de esa actividad.
                    Del  mismo modo, no se pone en cuestión la musa, la inspiración divina que,  caprichosamente, elige a algunos (muy pocos) para depositar su arte, su  maestría inalcanzable.
                     Ambas ideas limitan peligrosamente el ejercicio mayoritario  del derecho de todo humano a una forma de expresión tan “natural” como el  habla.
                     Ante ello, el sujeto de a pie (todos lo somos frente a LA ESCRITURA) es el primer  y más duro censor de esas líneas, tímidas, secretas, que inevitablemente  necesitó escribir en algún momento.
                    "Es una tontería”, “son muy malos” o “escribo para mí” son  respuestas usuales, aprendidas sin rebelión y hasta parecería que queda bien  pronunciarlas.
                     Bajo esta aparente modestia se oculta una negación de la idea  de trabajo, con su materia prima, su elaboración y su producto final. Pensar la  escritura como trabajo permite romper los moldes clásicos de tener o no tener,  ser o no ser desde el principio.
                     En esa dirección, el taller de escritura posibilita la  producción de materiales impensables para el sujeto aislado. Es entre otros  donde se mueve el deseo, donde los escritos pasan de ser objetos despreciados a  creaciones grupales y, por tanto, sociales.
                                          La lectura amplía el  imaginario. Nos permite conocer mundos a los que no tendríamos acceso material  de otra manera. 
                                          Nos permite vivir  experiencias, vidas que no sabíamos siquiera que existieran. Acceder a  pensamientos que nos muestran otras maneras de enfrentar la realidad. Al tener  más instrumentos, dispongo de otras respuestas, la realidad se modaliza. 
                                          Y es que el ser humano  sólo puede imaginar las cosas cuyas palabras conoce. Es una regla sencilla: más  palabras, más vida. Nuevas combinaciones de palabras: otra vida.
                     Con  el imaginario ampliado, la escritura permite que pongamos en juego nuestra  fantasía, y todo lo que eso implica. Que sea ella quien dirija las manos hacia  esos lugares deseados, aunque desconocidos, dándoles materialidad y existencia.  El resultado es siempre sorpresivo porque produce combinaciones de las que el  sujeto nada sabía y eso, indudablemente, hace crecer.
                    Son las dos caras de una misma moneda, el  proceso creativo, porque, sin una lectura previa, hay muy pocas posibilidades  de escribir.     
                                          La literatura, por tanto,  es una experiencia donde el texto, esa creación que antes no existía, modifica  tanto al emisor (el escritor) como al receptor (el lector). El proceso creativo  modifica la mirada del sujeto sobre el mundo. 
                                          Y esto ocurre en todos  los casos, también en las personas con discapacidad intelectual. Porque una  "discapacidad intelectual" no implica discapacidad creativa.
                     Aun  no siendo su finalidad principal, el beneficio terapéutico de la escritura es  innegable, especialmente en personas con discapacidad.
                     Aumenta  su capacidad de comunicación con los demás, de manera rápida y, por supuesto,  agradable.  
                    Favorece  el crecimiento personal del sujeto, su visión del mundo y sus posibilidades de  intervención en él. 
                     Despierta  y pone a funcionar el deseo. Ayuda a superar las barreras que se alzan entre  cada yo y los demás.
                     Volviendo  a la cita de Goethe, la literatura, a través de la lectura y la escritura, es  "aquello que jamás podrán concebir". O, lo que es lo mismo, el  instrumento educativo por excelencia.
                     
                    Carmen Salamanca Gallego
                      Gerente de la Editorial Grupo  Cero 
                      Secretaria de Redacción de la revista "Las 2001 noches"
                      Coordinadora de talleres de escritura