Punto de vista
de Mónica López Bordón
Miguel Oscar Menassa nace en Buenos Aires en 1940 y reside en Madrid desde 1976. Médico, psicoanalista, poeta, pintor, editor, director de cine, actor... En 1961 publica su primer libro de poesía “Pequeña historia”.
En 1970 funda el Movimiento Científico Cultural Grupo Cero y redacta el Primer Manifiesto. En 1974 funda la Editorial Grupo Cero. En 1981 funda la Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero. En 1982 hace su primera exposición de pintura.
A partir de 2005 comienza su andadura cinematográfica. “Mi única familia” (2008), es la última película que ha dirigido, en la que, además, actúa.
Algunos de sus libros más destacados son: Poesía: "Yo pecador”, “El amor existe y la libertad”, “La patria del poeta”, “La poesía y yo”, “Al sur de Europa”, “La mujer y yo”. Psicoanálisis: “Freud y Lacan –hablados-1 y 2”; Narrativa: “Cartas a mi mujer, “El sexo del amor”.
Actualmente dirige las publicaciones periódicas “Las 2001 Noches”; “Extensión Universitaria” e “Indio Gris” y coordina la dirección de la Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero.
Dentro del ciclo “La Música y la Palabra” que organiza la Diputación de Guadalajara y la Fundación Siglo XXI, participó el poeta Miguel Menassa, que contó con el acompañamiento musical de Indios Grises; y el grupo musical Huerque Mapu (grupo de folclore y danza argentina). La cita tuvo lugar en el Teatro Moderno de Guadalajara que llenó su aforo y que terminó con el gran aplauso del público tras la lectura del poema “La ley de extranjería”, que Miguel Menassa recitó emocionado.
El público pudo disfrutar de una exquisita selección de poemas, algunos de ellos definidos por el propio Menassa como poemas cotidianos: poemas sobre la mujer, el amor, la vida, la muerte y siempre, la poesía.
Más información en www.miguelmenassa.com
LA LEY DE EXTRANJERÍA
2001
Ahora a crecer, que quiere decir:
entrenarse con voluntad fecunda
para poder dentro de unos años
saber vivir, amar en otro mundo.
Ahora a crecer,
a desviar nuestros principios,
a encarcelar nuestras pasiones,
hacerlas llevaderas y si un día,
siento una pulsación extraña
que al liberarme me condena,
diré que no, mil veces no.
Ahora a crecer,
a comprender el valor del dinero.
El dinero puede, cuando quiere,
de un solo golpe,
aniquilar toda virtud,
preñar la nada,
embellecer con flores el desierto
y hacer del hombre y de la piedra
dos amantes perfectos.
Ahora a crecer,
a dejarse llevar por el contrato.
Conocer a fondo nuestros sentimientos
para abandonarlos.
No poner nunca de excusa,
en el trabajo, un amor,
porque me quitarán el amor
y no me darán ningún dinero.
Ahora a crecer,
que quiere decir ahora a descansar.
No me fue posible encontrar nada en ningún sitio
ni amores, ni ventajas, ni pan, ni soledad
por eso me condeno a escribir un poema.
Un poema de un hombre
que ya lo tuvo todo
y desea soñar.
Un poema de un hombre
que sueña todo el día
pero no puede amar.
O la historia de un hombre
que trabajando duro 20 años
pudo al fin veranear.
O aquel hombre que amaba
sólo a su madre y que tuvo
un trágico accidente en el mar.
Hombres valientes,
hombres de acero firme,
combatientes,
en las calles de la ciudad,
todos contra todos.
Yo soy un hombre
y escribo con violencia.
A veces termino sabiendo
cosas que nunca viví.
Otras, me doy cuenta, vivo vidas
que nunca imaginé.
Soy elegante y voy vestido de palabras,
al mismo tiempo deseo y me desean
y eso me da coraje para seguir en el poema.
Me hacen sentir que escribo para el mundo.
Digo violeta, pongo violeta aquí
y el horizonte se tiñe de violencia.
Digo violencia, pongo violencia aquí
y un hombre arranca sus genitales
y los ofrece a Dios.
O bien, una mujer le dice al hombre,
¡mátame! por favor,
y él la mata con cierto nerviosismo
y la mujer, complacida,
goza mientras se muere.
Al hombre
lo meten en la cárcel 30 años
y cuando lo liberan
una luz lo enceguece
y muere atropellado y ciego
por un niño andando en bicicleta.
Un hombre, una mujer chocan en la vida
y se llevan por delante como bestias
y se sonríen, cálidamente y se abrazan
antes de caer.
Ese abrazarse, mutuamente, los salva.
Después sus vidas se llenan de papeles,
papeles de nacer, de haber nacido
en un país, un pueblo.
Papeles que confirmen
que padre y madre hicieron el amor.
Papeles que me digan
que soy un hombre aquí.
Aquí, en este papel, se dice claramente
que este hombre que soy
nació de humanos seres
y el papel asegura,
con la fuerza de la palabra escrita,
que en el momento de la foto,
este hombre que soy, estaba vivo.
Vengan a mí, que tengo para daros nada.
Nada de nada tiene el extranjero, nada
y, sin embargo, tiene un verso en los ojos:
Rueda la vida, rueda y, también, se detiene.
Aquí están, mi vida, mis hijos, mi dinero
mi trabajo futuro, todos mis amores.
Al menos dadme un papel que diga:
El extranjero Juan no tiene nada,
todo lo dio por un papel.
No tengo nada, ni dignidad me queda,
al menos un papel que diga que he vivido.
Éste fue Juan, nació de padre y madre
fue, exactamente, un hombre
pero vivía como un perro, sin amor y sin dueño.
Al morir, también, le fracasaron los papeles
y nadie se dio cuenta de su muerte.
”No estaba”, “no venía”, “lo habrían contratado”
pero nadie podía pensar que había muerto.
Papeles, dadme papeles,
soy la mujer del valle donde la radiación
se comía, vorazmente, a los pájaros,
tengo en mi cuerpo marcas de la explosión.
Los salvajes carros de la guerra al alba
atravesaron nuestro cuerpo.
Ni alma nos dejaron.
Fuimos quemadas vivas y, sin embargo,
en mi cuerpo aún brilla,
la caricia del amado al partir.
Tengo los labios rotos por la sal de la vida
y, sin embargo, cuando vuelve,
dulce es el beso del amado
aunque vuelva a partir.
Cristos y deidades al pasar por mi pueblo
no encontraban consuelo al ver lo que pasaba.
Caín, el asesino, estaba vivo
y Abel de sueños era, inalcanzable.
En mi pueblo se violaban las vírgenes
para no contraer enfermedad
y ataban a los niños de la cintura para abajo
para que no pudieran, los pobres, caminar.
Y cuando no había pan o carne o gasolina
se mataba algún pobre, alguna puta.
Y hubo noches, en mi pueblo: la tierra,
que se llamaron las noches de las bombas
donde nos acostábamos uno encima del otro
para que los de abajo no murieran.
Y después hubo horrores que se olvidan,
horrores donde toda la culpa
la tenía Dios.
MIGUEL OSCAR MENASSA
Del libro “Al sur de Europa”
