¿Qué es una mujer sin la mirada de un hombre?
Qué somos, ¿efigies que la sociedad utiliza y mata, ávidas consumidoras y pecho universal del que avergonzarse? La publicidad, las conversaciones de café, los comentarios de las madres, las campañas de las instituciones, el propio feminismo, giran en torno a la consigna de reprimir el deseo femenino. Ahora demonizan al hombre, al que denominan macho, animal, con tono despectivo, cuando otrora ensalzaban todo aquello que le sirviera para tomar la fuerza natural para avivar la conquista. Como siempre mensajes orquestados para dominar, conflictuar e impedir que hombres y mujeres se sienten a conversar.
Insisten en decirnos que ellos son bestias, torpes, sumisos, trabajadores, vagos, infieles, mentirosos, que tienen el poder, creen que diciendo se alcanza el estatus de verdad y que es posible definir y reducir lo que la ciencia denomina complejo y compartido por el sexo femenino y masculino. Hablan de desigualdad en lugar de diferencia y aprovechan el apasionado ánimo de las masas para apartarlas de la posibilidad de reflexionar sobre cuestiones que, aunque no perceptibles, son y dependen de todos.
De la compleja constitución erótica de hombre y mujer se deriva la amplia variabilidad en la que no hay un ser igual a otro, como Freud señalara, todos deseamos lo mismo, nos diferenciamos en la forma en la que renunciamos a nuestro deseo. Trabajo y educación son las vías por las cuales pueden mejorar sus condiciones de vida y convivencia las personas, así como participar en la evolución cultural de nuestra especie. Cuando privamos a la mayoría de la población de una educación basada en amplios contenidos y ricos valores que muestren las distintas formas de pensar y vivir, les estamos forzando a vivir en un campo ideológico reducido que por fuerza no puede tener en cuenta sus variadas disposiciones, los condenamos a la neurosis o la delincuencia.
El hombre, la mujer, son lobos para el hombre, tomando las palabras de Hesse, ello no quita que como enseña el psicoanálisis, de las más perversas disposiciones que forman parte de la constitución sexual, también pueden surgir tendencias y comportamientos sociales y altruistas. El amor es producto de un trabajo que no viene como disposición natural, sino que se produce a través de las relaciones con otros que antes que nosotros aprendieron a amar. Decir que él, varón, macho, nos mata y nos somete, es negarnos la posibilidad de asumir los deseos que en nosotras, como mujeres, participan en esa situación generada entre hombre y mujer. Uno está implicado en la realidad que produce puesto que la transformación de nuestro deseo transforma la realidad que vivimos.
Hemos de despertarnos frente a nuestra ceguera y echar mano de los conocimientos que la ciencia ya nos ha brindado sobre el funcionamiento de nuestra máquina deseante, en uno anida el opresor y el oprimido. El psicoanálisis está a tu alcance, úsalo y aprende a relacionarte con aquél semejante, hombre o mujer, que igual tiembla ante ti.
Por Helena Trujillo
psicoanalista