PARADIGMA… ¿DE QUÉ?
En un pequeño pueblo de Madrid, de cuyo nombre no puedo acordarme, me contaron, no hace mucho tiempo, la historia de Lucía y Aurora, dos jóvenes profesoras de Música y Arte que, aún sin haber oído hablar de Sir Ken Robinson, tuvieron la intuición de que algo debía cambiar en sus clases: los alumnos de la ESO se aburrían, aquellas programaciones resultaban demasiado obsoletas y petrificadas, para permitir la expresión de los adolescentes a través de dos lenguajes tan sublimes.
La una le propuso a la otra y a la otra le pareció una estupenda idea el novedoso hecho de trabajar juntas e idearon montar una pequeña obra de teatro con un guión original -creado por los propios estudiantes-, un selecto repertorio de canciones que reflejaran sus verdaderas inquietudes y coreografías inspiradas en los temas de moda que arrasaban en los 40 Principales; después, diseñarían el vestuario, los decorados, la puesta en escena, las luces y…. ¡esa sí que era una idea genial!, una creación única que les entusiasmaba tanto como a sus jóvenes pupilos.
Para llevar a cabo una empresa de tal envergadura, con un grupo de 30 muchachos en plena revolución hormonal, era necesario un auténtico trabajo de equipo, y así, comenzaron a invertir recreos, horas libres y todos los minutos parecían insuficientes, pero el proyecto empezaba a tomar color.
Por aquellos días, disminuyeron drásticamente sus visitas a la sala de profesores para tomar café y debatir sobre los temas de actualidad: huelgas, manifestaciones, recortes, ataques indiscriminados a unas y otras fuerzas políticas, y demás asuntos de diversa índole, al tiempo que crecía el interés y la implicación de los alumnos; todos estaban creciendo, sin darse cuenta.
Una mañana, cuando se disponían a concluir su jornada lectiva, alguien les contó, por casualidad, que varios compañeros estaban festejando el hecho de haber recibido una sustanciosa ayuda económica, por parte de la Administración Pública, para sufragar los gastos individuales del transporte, pues aquel indómito centro educativo se hallaba ubicado en la periferia del condado y, por lo tanto, su acceso resultaba ligeramente costoso, salvo en el circunstancia de disponer de vehículo propio. Lucía y Aurora preguntaron muy extrañadas: ¿Ayuda económica? ¿En nuestro centro? ¿A nuestros compañeros de fatiga? ¿En los tiempos que corren?; sus rostros hablaban por sí mismos, pues, a pesar de haberla solicitado todos juntos algún tiempo atrás, ellas no habían resultado agraciadas y si tenían algo que celebrar, era en otro orden de cosas.
Estupefactas aún por tan extraña noticia, al día siguiente, averiguaron que sus queridos compañeros, que sí bajaban cada día en sus hora libres a tomar café y a charlar de sus cosas y de sus quejas, habían decidido formular una reclamación conjunta a la susodicha Administración y, aunque la primera solicitud había sido denegada para todos y todas por disponer de transporte público para llegar al centro escolar (después de una divertida excursión por los aledaños en tren, metro, autobús y en el coche de San Fernando e invirtiendo más de dos horas para un trayecto de unos 35 Kilómetros), esta segunda reclamación, sorprendentemente, cursó efecto.
Lucía y Aurora se miraban sin entender una sola palabra, pero… ¿y ellas? ¿Por qué no habían reclamado junto a sus compañeros? No era un motivo de despiste, más bien habían confiado en el veredicto ofrecido por las Autoridades, pues realmente transporte, lo que se dice transporte, lo que entendemos por transporte público, haberlo, lo había.
Dieron un paso más, llamaron al despacho de su directora y ella les contó que era una lástima que no hubieran reclamado, que pasaban demasiado tiempo trabajando en sus aulas con los alumnos, que pisaban poco los corrillos de profesores en los recreos y que, con esas metodologías tan modernas, dónde esperaban llegar…
Posteriormente, acudieron a las Autoridades Educativas que habían valorado y resuelto tales solicitudes y les explicaron, muy amablemente, que si bien, en una primera instancia, habían denegado todas y cada una de ellas por disponer de una amplia gama de transportes, al revisar las reclamaciones emitidas por los docentes de aquel pequeño centro de la periferia del condado, cambiaron de opinión y, dejando la ley en el extremo opuesto de una mesa repleta de papeles firmados y sellados por la oficina de registro, acordaron resolverlas satisfactoriamente; el único requisito legal era haber reclamado por escrito, en los plazos estipulados, una ayuda que, en cumplimiento estricto de la normativa vigente, no tenía lugar.
Aurora y Lucía se miraron nuevamente y, encogiéndose de hombros, tras despedirse cortésmente de aquel noble caballero -que lamentaba la escasa suerte de las jóvenes muchachas-, cerraron cuidadosamente la puerta y prosiguieron su camino sin comprender absolutamente nada.
Paloma Benito
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