GRAFFITIS EN EL CIELO
Comencemos por el final, es decir por el título, el título suele ser lo último que se decide en un libro cuando uno trabaja únicamente por encargo de la poesía. Graffitis en el cielo es el libro de Norma Menassa, una poeta que ya ha hecho su lugar en la historia de la poesía con libros anteriores: Amores mínimos, Cuando está por llover los pájaros no vuelan, Me acosa una pasión, Pertenezco, y otros títulos en colaboración.
Graffitis ¿Porqué la autora ha decidido mantener la grafía italiana, conservando la doble f del vocablo? Quizás para respetar los primeros orígenes del graffiti. Entre los romanos estaba muy extendida la costumbre de la escritura ocasional sobre muros y columnas, esgrafiada y pintada, y se han encontrado múltiples inscripciones en latín vulgar con consignas políticas, insultos, declaraciones de amor, etcétera, junto a un amplio repertorio de caricaturas y dibujos en lugares menos afectados por la erosión, como en cuevas-santuario, en muros enterrados, en las catacumbas de Roma, o en las ruinas. Ya en la época moderna se conocen también ejemplos, hechos por marineros y piratas que en sus viajes al pisar tierra dejaban sus seudónimos o iniciales marcadas sobre las piedras o grutas, quemando para ello un trozo de corcho. Fue un arqueólogo el que comenzó a universalizar el término, que acoge tan amplias resonancias como las pinturas de las cuevas de Altamira o las firmas del conocido Muelle en las paredes, muros y cierres de miles de edificios españoles.
Cuando leí el título, recordé inmediatamente una frase del poeta Miguel Oscar Menassa: En las paredes, sí, pero con buena letra.
El grafiti o grafito, para el diccionario de la RAE, tiene dos raíces en el corazón del hombre. Por un lado sirvió para expresar protesta, disconformidad con lo socialmente establecido y por otro lado, el grafitero Cornbread, de Filadelfia, comenzó a pintar supuestamente para seducir a una mujer. Entonces: dos vertientes del grafiti en cuanto a sus fines: la protesta o la denuncia y el amor.
Curiosamente, los grafiteros, o flecheros (porque habitualmente firmaban con una flecha), también son llamados escritores.
Y Norma Menassa no ha titulado a este libro graffitis por casualidad, ya que es un libro de protesta, de denuncia, y también es un libro de amor. Amor a la poesía, amor a su ciudad de río color de León, como diría Borges.
Graffitis en el cielo, por tanto, pero no el cielo de cualquier ciudad, sino en el cielo de la majestuosa Buenos Aires, presencia sostenida que recorre todo el libro, porque estamos frente a una poeta americana, que habría podido decir con convicción la frase de Germán Pardo García: Yo llamo a la tierra Americana Madre, y ella me responde desde sus cóncavas regiones: Hija. Hija de Tuñón, Raúl Gustavo Aguirre, Portogallo, Orozco…
No por casualidad tampoco, y las piezas de este pequeño puzle que es un libro van encajando todas, el cuadro de portada se llama verano en Buenos Aires. Ventana abierta a la ciudad de los amores de la poeta. Y cuando digo que Norma Menassa es una poeta americana, lo digo porque sus versos son exuberantes como la vegetación americana y sus frases caudalosas como cien orinocos.
Vamos a recorrer algunos de los versos de aquellos poemas del libro donde la tendencia es la denuncia:
En el poema cadencias imperiales, nos dice: “Bagdag, Beirut, mis padres, mis hermanos convertidos en polvo de historias sucumbidas” O en el poema Las democracias me chiflan, parafraseando en su poema 150.000.000 al gran Maiacovsky, uno de los mayores exponentes de esta poesía social, de esta poesía de denuncia, aquella que da voz a los desposeídos, que señala la injusticia, que se levanta contra la explotación y la pobreza, nos dice la poeta:
“las cúpulas acordaron el permiso necesario para que la historia
volviese a repetirse aliviada de culpas,
con plenitud de impunidad, y en su nombre, volvió la esclavitud,
los caprichosos asesinatos múltiples,
la enfermedad y el hambre
disfrazadas de políticas humanas
que enardecieron a esos 150 millones subsumidos
del canto del poeta.”
Vamos ahora con la segunda vertiente: la del amor.
Si Salinas escribió estos versos en La voz a ti debida:
«Mañana». La palabra
iba suelta, vacante,
ingrávida, en el aire,
tan sin alma y sin cuerpo,
tan sin color ni beso,
que la dejé pasar
por mi lado, en mi hoy.
Pero de pronto tú
dijiste: «Yo, mañana...»
Y todo se pobló
de carne y de banderas.
Y podemos leer que esa amante, ese Yo del poema, no es ninguna mujer, es la poesía que entabla amoríos con el poeta, como lo es para Huidobro la Ella en Balada de lo que no vuelve o para Raúl Gustavo Aguirre en Alguna Memoria, también en Norma Menassa, el amante es la poesía, y nos lo dice así:
“Sobre el lecho que luego abandonamos
quedó el poema de la noche en medio del despojo”.
La poesía amorosa de Norma Menassa alcanza las cimas de la lírica, sin olvidar nunca que la poesía es un trabajo:
“El poeta habla, el poeta sueña,
pero hundiendo sus manos en la tierra amasa tanto el pan como el poema.”
O hablándole cara a cara a la poesía como si la poeta, al dejarse escribir , alcanzara la misma cumbre que Ella, la poesía, le dice:
“Viene amable a conversar conmigo y somos dos sabios bajo el árbol” o
“Hoy te denuncio, que todo el mundo sepa que eres voraz y caprichosa,
que eres la fiera que me habita.”
A esta poeta, que habita en la poesía, tenemos el honor de poder escuchar hoy, ha venido hasta nosotros para dejar sus Graffitis también en el cielo de Madrid, otro de sus amores.
Alejandra Menassa de Lucia